viernes, 10 de agosto de 2007

VAZQUEZ UN GENIO GENIAL


Ni siquiera recuerdo cuando le conocí.
No importa. No se trata de demostrar nada.
Conocí a Manuel Vázquez y tuve el honor de trabajar con él.
Tal vez fue mi amigo.
No lo sé.
No es lo importante. Lo importante es que le quise, disfruté de su inabarcable vitalidad y que modestamente traté de ayudarle en lo que pude, en lo que estaba a mi alcance.
Me sé todas, casi todas, las leyendas que giran a su alrededor. Por cierto, casi todas reales, aunque a veces contadas desde el lado malo de la vida. Porque desde el lado real, lo único que se puede decir es que Vázquez fue un regalo de la vida para el que lo conoció. Incluso para aquellos a los que puteó con una infima parte de la maldad que rige el mundo de los mediocres.
Como tantos talentos del mundo de la historieta Vázquez fue un autoexpulsado de la mezquina industria de los tebeos. Un proscrito para los cobardes. Un enemigo de los sin talento. Un rebelde con causa. La causa de la vida, simplemente. Un genio de su trabajo, un perdedor a años luz, moralmente, de los ganadores. Un enemigo del aburrimiento, de la rutina y de la repetición. Y un luchador acérrimo del placer de la vida.
Yo le disfruté. Y contradeciendo la consabida leyenda negra que gira a su alrededor, a mi me pagó más copas, o cenas o lo que sea, que no viene al caso, que yo a él.
Y, para satisfacer a los morbosos, tambien me sableó.
Pero con un talento digno de su leyenda. Vean si no es así:
A mediados de los noventa las cosas no iban bien. Ni para mi editorial (Glénat) ni para Vázquez. Habíamos publicado su útlima historieta, “Agente del Fisco”, en la revista Viñetas que acababa de cerrar. Habíamos sacado un par de álbumes recopilando las historietas de la serie “Gente Peligrosa” y la última idea había sido un comic-book, al que por todo el morro llamamos “By Vázquez” en el que publicábamos un pupurri de viejas historietas, con la única novedad de una portada hecha en el momento. Este tebeo mensual, que no se vendía muy bien, servía por lo menos para pagarle el alquiler y poca cosa más. Yo me sentía feliz de echarle un cable al maestro y amigo. Lógicamente en esta época nos veíamos a menudo y compartíamos miserias cotidianas.
“Este es un país de miserables” me suelta en una de sus frecuente visitas. “Nadie hablará de nuestros tebeos, aquí lo único que interesa es que Superman se case o que un autor la palme”. Francamente yo no podía estar más de acuerdo con estas afirmaciones.
“Verás como cuando me muera...”, seguía imparable en su discurso, “...todos, todos, van a decir que ha muerto un genio..., el creador de la hermanas Gilda, de Anacleto, de la Famlia Churumbel, de lo que sea... Seguro que me dedican una página entera en los periódicos...”
Confieso que en esta ocasión yo no sabía dónde quería llegar, aunque me olía el timo.
“... Hasta en los telediarios se hablará de mi muerte...”
“...¿Y quien se beneficiará de todo esto?... Mi editor: Tú. Porque entonces sí que venderás mis libros. Y reeditarás mis clásicos. Y ¿para qué? ¿Para que se beneficien mis hijos? ¿Para que se beneficie Jacques Glénat?...”
En ese momento yo ya estaba totalmente entregado a la canallesca oratoria de mi incombustible amigo:
“... No es justo, Navarro. No es justo hacerle e juego a este esperpéntico país.”
Y, llegó la ineludible conclusión:
“Lo justo es que yo cobre ahora un anticipo a cuenta de los beneficios que te reportará mi muerte. Piensa además que no me encuentro muy bien...”
Como comprenderán ustedes, le anticipé el dinero que me pidió.
A un genio no se le niega nada.
Pocos dias después de la anécdota que acabo de narrar, Manuel Vázquez murió.
No pueden imaginarse lo feliz que me sentí de haber sido, probablemente, la última víctima de un sablazo de un genio.
De un amigo, al que nunca podré olvidar.